Lo que el viento no llevó

13/05 - 10:15 - En 1994, como senadora, Cristina Kirchner inauguró el primer parque eólico en Pico Truncado, al norte de Santa Cruz. Los anuncios que hizo sobre la necesidad de seguir implementando programas de energías renovables quedaron en nada. Con problemas de generación eléctrica, Argentina, que tiene los vientos más poderosos de la Tierra y la capacidad de iniciar desarrollos tecnológicos propios, sigue perdiendo una alternativa para paliar la crisis y crear 15.000 puestos de trabajo calificados.

Por: Daniel E. Arias

Con crisis energética, con un buen nivel de ingeniería y los mejores vientos continentales del planeta, la Argentina prácticamente no genera electricidad eólica. Peor aún, como país, ha hecho todo lo posible durante tres décadas por evitar el desarrollo de molinos de marca criolla. Hoy eso significa perderse algunos miles de millones de dólares por año de exportaciones y también algunas decenas de miles de puestos de trabajo muy bien pagos. Si, desde un piso de trabajo probable, se pusieran en funcionamiento entre 300 y 450 molinos para instalar los primeros 300 megavatios, se crearían unos 15.000 empleos calificados, sumando puestos directos e indirectos.

No producir prácticamente nada de electricidad eólica es parte de una incapacidad más general para la planificación estratégica. Con el verso noventista de que la Argentina es el equivalente geológico de una garrafa de gas natural, hoy no hay programa eólico porque tampoco hay programa de energías renovables, y pese a los anuncios oficiales de resucitar el programa nuclear, ese Lázaro en particular no parece salir de su tumba.

Finalizando 2007, el déficit de capacidad de generación eléctrica osciló entre los 1.400 y 4.000 megavatios, según quién y cómo hiciera la cuenta. Dicho de otro modo, desde 2003 en adelante, habría que haber agregado a la red actual 1.000 megavatios nuevos por año. No sucedió.

El mercado eólico mundial mueve de 30 a 80.000 millones de dólares por año (nuevamente, según quién y cómo), genera 350.000 puestos de trabajo muy técnico y en los últimos dos decenios creció a un promedio mayor del 20% anual (27% en 2006, 26% en 2007). De haber desarrollado una o dos marcas viables, la Argentina estaría mordiendo un 4 o un 5% de esa torta global. Seguir sin hacerlo es sencilla y simple estupidez política local, más una dosis de “capitalismo argentino marca registrada”.

LO QUE VENTEÓ CRISTINA. Diseñar, homologar y producir en masa turbinas eólicas no es cobrar peaje. Más bien da un trabajo bárbaro, pero bien al alcance de la ingeniería de algunas empresas criollas. En 1994 la entonces senadora Cristina Kirchner inauguró el primer parque eólico en las desoladas pampas de Pico Truncado, al norte de Santa Cruz. Pero su discurso de apoyo a la explotación de este recurso se fue con el viento. A fines de 2007, cuando la Asociación Mundial de Energía Eólica celebró su 6º congreso en Mar del Plata, la entonces candidata a presidenta no se molestó en enviar a un “segunda línea”. Tampoco la oposición.

A todo esto, Pico Truncado fue certificado como el sitio continental más ventoso del planeta, con velocidades medias anuales de aire de casi 14 metros por segundo. Los molinos Enercon instalados hoy allí fabrican rutinariamente tres veces más electricidad anual que sus homólogos en los mejores sitios de la costa alemana sobre el Mar del Norte.

En 2005 Santa Cruz anunció sus intenciones de fundar allí, con 55 millones de dólares, una empresa mixta con la firma de tecnología rionegrina INVAP, famosa por sus exportaciones de reactores nucleares y su construcción de satélites. La idea era testear, homologar y producir en masa una turbina nacional, la Eolis 15, de 1,5 megavatios. Se planeó una fábrica de 2.000 puestos de trabajo en Truncado. Pero el plan murió y a fecha de hoy ese otro Lázaro también sigue sin resucitar. Para mal de todo el mundo: no es trabajo calificado lo que sobra en el norte santacruceño.

La Eolis, un monstruo de 70 metros a la altura de la hélice (cinco pisos más alta que el obelisco porteño), siguió buscando obstinadamente a su sponsor. Es probable que ya lo haya encontrado en otra provincia patagónica, Neuquén, donde dos municipios (Cutral-Có y Plaza Huincul) quieren invertir las regalías que obtienen del yacimiento El Mangrullo en una industria más refinada y permanente que la petrolera. La novedad dentro de la novedad es que a la ceremonia asistió casi de improviso el nuevo gobernador, Jorge Sapag, y prometió poner 4,5 millones de dólares en el asunto. No es despreciable el espaldarazo de la segunda provincia más rica del país, y la que cobra mayores regalías petroleras.

Sapag parece saber algo que sus antecesores ignoraron, y que sus colegas de otras provincias siguen desconociendo: la capacidad de la industria eólica para cambiar el perfil industrial y social de sus territorios. Botón de muestra: en sus últimos discursos, el gobernador bonaerense Daniel Scioli manifestó interés por desarrollar energías renovables en su territorio. Claro que no se refirió en concreto a ninguna.

No por exceso de opciones. La energía solar todavía es cara, y si no lo fuera, es mucho más aprovechable en la aridez del NOA, con cielos implacablemente despejados, que en la cada vez más húmeda Pampa Húmeda. Los recursos geotérmicos bonaerenses son exiguos y de baja temperatura, y los ríos locales resultan tan aptos para fabricar electricidad como Holanda para practicar el alpinismo. Y por la misma causa: paisaje chato, chato, chato.

Sin embargo, con velocidades de viento anuales de alrededor de 7,5 metros por segundo, la costa bonaerense, después de la estepa patagónica, es el segundo mejor lugar de la Argentina para instalar parques eólicos. También es el único cuya red eléctrica podría alojar 200 megavatios. Cálculos de la Asociación Argentina de Energía Eólica (AAEE) indican que un proyecto así dejaría un saldo de al menos 6.000 nuevos puestos de trabajo. Si Scioli lo sabe, no lo dijo.

PESCARMONA PESCA AFUERA. Hay otro jugador eólico criollo que va por mucha más plata, pero lejos del país: es Impsa, es decir Pescarmona. En 2004, la división eólica de esa empresa estaba testeando una máquina de diseño propio y un megavatio de potencia. Pero sucedieron dos cosas: primero, que el prototipo de escala 1:1 se les accidentó en pleno Comodoro Rivadavia. Nada que no les haya pasado muchas veces a los jugadores mundiales de primera en este campo (daneses, alemanes, españoles), sólo que ellos testean sus prototipos lejos de las ciudades y de la prensa.

Sin embargo, el cambio estratégico en los planes de Impsa parece motivado por asuntos más de fondo, y es que la Argentina sigue pagando lo mismo por el megavatio eólico que por el térmico, pese a que el gas argentino –según coinciden las profecías– se acabará en nueve o diez años y el viento nos seguirá sobrando. El precio mayorista de la electricidad anda hoy por los 40 dólares el megavatio/hora hasta más o menos las seis de la tarde, y luego algo más de 70 en las horas pico hasta la medianoche. Para que las cuentas eólicas cierren, debería estar en 70 dólares el megavatio/hora todo el día.

Así las cosas, Impsa encontró un socio alemán con fierros parecidos (Wind Energy), y para poner la fábrica conjunta, ambas partes buscaron el único país sudaca dispuesto a pagar 110 dólares el megavatio eólico durante al menos 20 años. Y este país, para sorpresa de nadie, es Brasil, donde el plan Proinfa (un programa de estímulo a las energías alternativasconsiguió instalar 1.300 megavatios anuales renovables cada año. En materia eólica los brasileños no tuvieron que inventar mucho: copiaron el régimen de promoción europeo, se están llenando de turbinas y –mucho más importante– de fábricas de turbinas. Las cuatro Enercon de Pico Truncado, para más datos, son Wobben alemanas, pero “made in Brazil”.

Los Enercon, aparatos chicos para la escala de hoy, de “apenas” 0,6 megavatios por unidad, muestran una tendencia mundial que la distracción argentina sigue sin detectar: el traspaso de fábricas ochentistas y noventistas desde Europa al Tercer Mundo. La historia es simple: Alemania y Dinamarca, cuyos habitantes ya están podridos de ver molinos agitando sus palas en sus paisajes rurales y urbanos, han caído en el gigantismo. Hoy fabrican unidades de cinco o seis megavatios y más de 130 metros de altura, pensadas para ser instaladas off-shore, algunos kilómetros mar adentro, lejos de la vista quisquillosa del respetable público.

Pero como la demanda mundial de equipos más chicos, de entre uno y dos megavatios, sigue creciendo en flecha, y las esperas entre pedido e instalación ya llegan a los tres o cuatro años, lo que hacen los fabricantes europeos es mover sus “viejos” trenes de fabricación a la India, China, Brasil y todo país donde detecten la señal de que se paguen feed-in tariffs, es decir más de 70 dólares por megavatio eólico entregado a la red. Con el petróleo a 104 dólares el barril, eso sucede casi automáticamente en muchos países, aún sin regímenes de promoción como el Proinfa. Pero no aquí.

SEGUIMOS PERDIENDO. Mientras se escribe este artículo, la planta de Impsa+socio alemán se está instalando en Ceará. Sus primeros meses de producción servirán para construir un parque eólico propio de 100 megavatios sobre la costa; y luego, a exportar. Negocio redondo pero no para la Argentina, que se lo perdió y sigue perdiendo.

Miles de kilómetros más al sur, con su despegue asegurado por Neuquén, el Eolis de INVAP corre con desventaja, pero probablemente sea el único fierro eólico capaz de alcanzar un grado de diseño 100 por ciento argentino. A la hora de exportar, si el aparato logra superar la mortalidad infantil que viene matando infaliblemente a todos los emprendimientos eólicos locales, esto podría significar cero restricciones societarias. En buen criollo, venderle a quien sea, privilegio de los dueños de una tecnología, pero raramente de sus licenciatarios.

Todavía falta bastante para usar esa libertad. Hasta alcanzar la homologación internacional del Eolis se necesitarán al menos dos años de trabajo, entre tres y cuatro prototipos, y unos 15 millones de dólares, y eso si se asegura un flujo de dinero continuo. Si Neuquén está interesado en salir de vender recursos finitos y naturaleza para volverse un polo industrial y tecnológico, es probable que eso suceda.

Trabajo del bueno

A 50 puestos de trabajo por megavatio eólico fabricado localmente (cálculo de la Asociación Mundial de Energía Eólica), si se pusieran en funcionamiento entre 300 y 450 molinos para instalar los primeros 300 megavatios, se crearían unos 15.000 empleos calificados, sumando puestos directos e indirectos. Y no se habla de molinos 100% nacionales.

Las cifras de ocupación –ésta es la sorpresa– no bajarían mucho aunque los aparatos fueran inicialmente de tecnología extranjera, porque por fuerza muchos componentes mecánicos, electrónicos y estructurales deberían fabricarse en el país. Primero, porque hay desabastecimiento mundial de equipos completos y de partes. Segundo, porque ya se trate de cajas multiplicadoras, palas de hélice, electrónica de control o torres, aquí se puede hacer casi todo más barato que en España, Dinamarca, Alemania y los Estados Unidos. (Crítica de la Argentina)

OPI Santa Cruz

Organización Periodística Independiente

Rí­o Gallegos, Santa Cruz, Argentina.


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